“Mind the gap” (Cuidado con el hueco) (I)

En 2016 murió Phil Sayer, la muy conocida voz  del aviso “Mind the gap” grabado en los años 80 y que se ha escuchado desde entonces en los ferrocarriles británicos y en la mayoría de las estaciones del metro de Londres, salvo “Embankment”, que conserva la grabación original de 1968 por motivos realmente entrañables.

El aviso “Mind the gap” resuena en las estaciones de metro a cada llegada de un convoy, advirtiendo a los viajeros de que al bajar o subir del vagón deben tener cuidado con el “gap”, el hueco, el espacio vacío, la distancia que hay entre el andén y el vagón.

 “También en la gestión del agua se producen “gaps”, espacios vacíos o huecos que, si son ignorados, pueden resultar peligrosos

Como en las estaciones del laberíntico metro de Londres, también en la gestión del agua se producen “gaps”, espacios vacíos o huecos que, si son ignorados, si no son tenidos suficientemente en cuenta, entrañan un riesgo que puede resultar muy peligroso.

En este primer artículo de la serie «GAPS» nos proponemos identificar uno de los huecos con los que hay que “andar con cuidado”, un vacío, una distancia a veces insalvable, que se produce entre datos, información y conocimiento.

DATOS, INFORMACIÓN, CONOCIMIENTO… ¡CUIDADO CON EL HUECO!

Suponer que datos, información y conocimiento son sinónimos, es decir, que significan o son lo mismo, es no percatarse del hueco, de la brecha que distancia cada uno de estos términos.  

Quizá gracias a la voz de aviso o por puro instinto, en el metro de Londres los turistas no acostumbramos a sufrir percances al subir o bajar del vagón. Sin embargo, somos muchos los que en la primera visita nos extraviamos al no advertir que por un mismo andén pueden pasar trenes que forman parte de distintas líneas y que conducen, cómo no, a diferentes destinos.

Y no es que a los turistas o a los viajeros no se nos proporcione un generoso cóctel de datos.

Al contrario, tanto en la estación como en el interior del vagón disponemos de datos en abundancia y de lo más variado: la hora exacta, la temperatura interior y la exterior, el intervalo de tiempo entre una y otra estación, el número máximo de pasajeros de pie o sentados… y el nombre de la última estación de la línea.

Todo ellos son datos, sí, pero ¿son relevantes?, ¿todos?, ¿en qué circunstancias?, ¿solucionaría en algo nuestro despiste (Este convoy, ¿adónde me lleva?) que los responsables del metro de Londres nos proporcionaran la hora con una precisión de centésimas de segundo, o que nos revelaran la media y varianza de la temperatura en un mes, así como su distribución espacial a lo largo del andén, o el peso equivalente al número de ocupantes que permanece en cada vagón a medida que estos entran o salen del vagón o del tren?

“Son datos, muchos datos. Pero, ¿mejoraría en algo nuestra capacidad orientarnos el disponer de todos ellos en todo momento?

Son datos, muchos datos. Pero, ¿mejoraría en algo nuestra capacidad orientarnos el disponer de todos ellos en todo momento?

Obviamente, no: con “datos” (muchos datos, ingentes cantidades de datos) no vamos a solucionar nuestras dificultades.

Los datos son signos materiales y convencionales que carecen de significado en sí mismos: difícilmente podremos deducir de una sarta de ceros y unos si estamos contemplando el balance de una empresa o un poema.

La información es una forma de conocimiento descriptivo, descontextualizado, libre de emociones, neutral en cuanto a valores y, con frecuencia, conceptualmente abstracta.

El conocimiento, a su vez, ni es solo una ristra de datos, ni es únicamente información abstracta: el conocimiento, para ser realmente conocimiento, debe ser útil; y para ser útil, es necesario que la información esté contextualizada y que la intervención del experto le dé sentido y la convierta en una valiosa herramienta. 

NO LO LLAMEMOS “CONOCIMIENTO” MIENTRAS SOLO SEAN “DATOS”

Para la gestión del agua, por ejemplo, se cuenta con multitud de sensores que proporcionan datos de temperatura, de nivel de río, de profundidad del acuífero o de intensidad de lluvia; satélites que suministran datos sobre el espesor de nieve, la humedad del suelo…, pero el agricultor, para gestionar su cultivo, que es lo que le interesa, precisa disponer de conocimiento muy concreto: ¿cuándo y cómo va a llover?, ¿qué cantidad de agua dispondrá en el canal o en el pozo?, ¿cuántos días seguidos estará sin precipitaciones y cuáles serán las temperaturas de los próximos días, semanas o meses.

El salto de los sensores a la necesidad de información del agricultor, del dato a la información, de la información al conocimiento es evidente, enorme, pero no insalvable,

Se requiere una cadena continua entre los sensores meteorológicos, las imágenes de satélite o radar y las previsiones climáticas; entre previsiones climáticas y previsiones hidrológicas; y también entre estas y la evolución futura del caudal en superficie o el nivel del acuífero; para finalmente, entre toda esta información encadenada, cubrir el último salto: el salto hacia el conocimiento del agricultor, es decir, la elaboración experta de los criterios que le ayuden a una mejor gestión de su parcela concreta en un momento dado.

Una cadena similar se podría establecer para la gestión de desembalses en avenidas, manejo de depuradoras, plantas de tratamiento de agua, etc. Todos estos casos comparten unas necesidades parecidas de información, y unas necesidades específicas de cada sector: por ello, la información debe orientarse por su utilidad para generar conocimiento.

Salvar estas brechas requiere no solo una homogeneización en los datos que los hagan fácilmente interpretables y manejables, sino también una estandarización en la forma de transmitir el conocimiento.

Es necesario, pues, una disponibilidad tanto de datos como de algoritmos para que en cada caso concreto se pueda utilizar el conocimiento de la comunidad tecnocientífica de forma sinérgica.

Actualmente, hemos alcanzado el paradigma de los datos abiertos, del Open Data, pero nos falta iniciar el nuevo paradigma: el del conocimiento abierto, el Open Knowledge, un intercambio de información con sentido y no una mera, aunque indispensable, exposición de los datos.

Digitalizar no es perjudicial, pero no es la solución si no convertimos los datos en información y éstos en conocimiento.

“Mind the gap” resuena en las estaciones de metro a cada llegada de un convoy, advirtiéndonos de que debemos tener cuidado con el “gap”, el hueco, el espacio vacío, la distancia que hay entre… el dato y el conocimiento.

Allá por 1934, T. S. Eliot se preguntaba en El Primer Coro de la Roca:

«¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?»

Neurite, especialistas con más de 30 años de experiencia trabajando con confederaciones hidrográficas.

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